Reconocer públicamente a quienes representan y mantienen vivas las tradiciones que dan identidad a los territorios es también una forma de resguardar la memoria colectiva. En esa línea, cultoras y cultores del teatro de títeres y del bordado campesino serán homenajeados como Tesoros Humanos Vivos en una ceremonia que pondrá en el centro al patrimonio cultural inmaterial del Biobío.
El reconocimiento Tesoros Humanos Vivos es la principal distinción que el Estado de Chile entrega a personas y comunidades portadoras de manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial que poseen un valor excepcional para el país y sus territorios. Su propósito es valorar su aporte, apoyar la transmisión de los oficios y fortalecer la identidad local a partir del patrimonio vivo y de los vínculos comunitarios que lo sostienen.
Desde 2016 la región del Biobío no figuraba entre los reconocimientos nacionales al patrimonio cultural inmaterial. Ese año fueron distinguidas Las Palomitas Blancas de Laraquete, agrupación de mujeres que elaboran tortillas de rescoldo con mariscos. Antes de ellas, habían recibido esta distinción los Componedores de Huesos (ngütamchefe) de Tirúa, colectivo de sanadores tradicionales de la provincia de Arauco; Amalia Quilapi Huenul, textilera mapuche de Huape, Cañete; y María Angelina Parra, cantora campesina de Penco, reconocida en la primera convocatoria del programa en 2009.
Entre las personas reconocidas de la Región del Biobío se encuentra Lientur Rojas Serrano, titiritero con más 64 años de trayectoria en el teatro tradicional de títeres. Fundador de la Compañía Pirimpilo, se ha convertido en una figura clave tanto en la región como a nivel nacional. Su quehacer se consolidó como símbolo de resistencia cultural durante la dictadura, y ha articulado dramaturgia, dirección y creación de títeres al servicio de generaciones de niñas, niños, artistas y docentes, fortaleciendo la organización del sector titiritero y la transmisión de este oficio a nuevas generaciones.
También fueron reconocidas las Bordadoras de Copiulemu, colectivo campesino que reúne a tres generaciones de mujeres que han resguardado una tradición textil que combina memoria, técnica y vida comunitaria. Esta trayectoria se encarna, entre otras, en Blanca Cabrera, con 51 años de trabajo en el bordado campesino, aprendiz directa de Rosemarie Prim y considerada la memoria viva del grupo, cuya obra se inspira en la vida rural y en escenas cotidianas del campo. A su lado, Ruth Jara aporta 38 años de dedicación al oficio, al que llegó en un momento de reconstrucción personal, y desde entonces mantiene presencia constante en ferias, talleres y actividades comunitarias, sosteniendo la vitalidad del colectivo.
La historia de las Bordadoras se proyecta además en la experiencia de Marfiela Cabrera, quien borda desde los 12 años y cuenta con el Sello de Excelencia en Artesanía 2010, reconocimiento que la posiciona como la referente técnica del grupo y formadora de nuevas integrantes. Junto a ella, Maritza Tapia ha profundizado el trabajo intergeneracional como aprendiz de su abuela y de su madre, hoy su hija forma parte de la cuarta generación activa de bordadoras. Con 15 años en la directiva, su liderazgo ha sido clave para garantizar la continuidad del grupo, la renovación de sus integrantes y el vínculo permanente con la comunidad de Copiulemu.
La ceremonia nacional de entrega del reconocimiento Tesoros Humanos Vivos 2025 se realizará el próximo 31 de enero en el Palacio de La Moneda. En esta instancia, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio formalizará la distinción y presentará los registros que conformarán los expedientes de salvaguardia.
